lunes, 5 de abril de 2010
Menta
Se acercó a la fuente situada metros más allá de su cubil y bebió agua sin sed, rápidamente y con ansia. Sentado, empezó a aullar buscando una contestación de sus compañeros; una respuesta que no llegó. Miró al centro de su Lugar y vio por enésima vez al tótem clavado en el mismo sitio de siempre; rodeado por las mismas piedras de cada día. Llevaba allí desde su llegada, cuando las fuerzas lo abandonaron y se retiró a un descanso merecido, insuficiente.
Temblaba la roca por los golpes cada vez más fuertes; parecía pedir a gritos el cese de su tortura, pero esta no terminaba, la melodía no acababa. Tres hombres vestidos con batas blancas, portando utensilios de madera, daban puñetazos contra la gran piedra escarlata. El sonido de cada choque parecía una nota demasiado grave en un instrumento mal afinado, se asemejaba al grito de una bestia. Mientras los caballeros de blanco continuaban con su actividad, una flauta comenzó a sonar al fondo de la escena, sin ningún intérprete visible, pero con un sonido totalmente puro; cristalino y falto de impurezas.
El pintor cogió su pincel y lo mojó en el color rojo, lo pasó a continuación por el azul y, por último, mezcló todo con un toque de verde. La pequeña brocha colisionó bruscamente contra el lienzo, manchándolo y borrando de él todo rastro de pureza; desvirgándolo tempranamente con colores vivos, de brillo desmesurado. Después de dejar sobre la tela toda su carga de color, el pincel descendió guiado por la mano del músico hasta caer en la pintura blanca; se empapó en ella y volvió a subir hasta el centro del cuadro, donde dejó una pequeña marca que señalaría el principio.
-Tienes un trozo de sal en el pelo; lo ensucia.
- Está en su lugar de nacimiento.
- Pues parece burlarse de todos.
- Se ríe de las palabras.
- ¿Las nuestras quizás?
- Las del mundo que abandonamos hace tiempo.
domingo, 4 de abril de 2010
No intentes saltar por la puerta
Estoy preocupado con mis sueños de duendecillos por una razón en particular; antes, mientras estaba plácidamente dormido, mi imaginación volaba siempre a un mismo sitio: una habitación pequeña y sin puertas. Dentro de la estancia había un vaso que cada vez que yo soñaba se iba llenando poco a poco. Me acostaba por las noches con el único interés de saber que pasaría cuando el nivel del líquido rebasara el tope máximo, la cota más alta. Todos los días era lo mismo de siempre hasta el momento en que hicieron acto de presencia los gnomos.
¿Es posible que mi cabeza esté sufriendo una invasión por parte de hombrecillos de colorines? ¿Quizás el líquido ya no cabía en el vaso y al caer al suelo nacieron los duendes? ¿O tal vez una pared de la habitación se cayó con el paso del tiempo y ellos estaban esperando fuera? No estoy seguro de la respuesta...
Las noches de los lunes y martes las suele ocupar el de color carmesí. Cada día llevan un cuadro diferente, obras de arte que yo estoy completamente seguro de no haber visto en mi vida. La escena siempre es igual: yo voy caminando por un suelo completamente verde y entonces noto que algo me golpea en la espalda, me giro y veo al gnomo mirándome con los trozos del cuadro roto en la mano; después, todo se vuelve blanco.
Los miércoles siempre aparece el hombrecillo verde, con su cara sonriente. Me encuentro ante una puerta gigante custodiada por tres trozos de piedra colocados verticalmente. Empiezo a leer las inscripciones de su superficie y me doy cuenta de que no entiendo nada. En ese momento, me giro y casi choco con el duende, este empieza a reírse con una cara de absoluta felicidad y me abraza como si fuera la última vez que me fuera a ver; después, todo se vuelve gris.
Los demás días de la semana me asalta la presencia del pequeño ser de color azul. El paisaje que hay a mi alrededor es completamente rojo y liso, sin ningún tipo de doblez. El gnomo simplemente aparece de la nada portando un cuchillo, da siete pasos y pone la hoja extremadamente cerca de mi ojo derecho. El brillo de la parte afilada parece cegarme en un principio, pero, cuando pasan unos instantes, me acostumbro a la luz y la empiezo a mirar de una forma diferente, como si comprendiera por fin su significado, pero sin entender nada en realidad; después, todo se vuelve negro.
Estos sueños empezaron siendo para mí una novedad, un salto de la rutina, pero ahora, justo en este momento, necesito ver otra vez el vaso y el líquido que contiene. Es de vital importancia para mi volver a sentir la sensación de estar en aquella habitación. Cerrada, pequeña y con un vaso.
martes, 30 de marzo de 2010
Poema del andar
Mi trabajo durante años ha sido analizar la forma de andar de la gente de mi ciudad; la forma de apoyar los pies, doblar las piernas al dar un paso, pequeños tic en el gesto de moverse…. Miraba cada persona que pasaba por delante de mi observatorio en forma de banco de madera y tomaba pequeños apuntes e insignificantes esbozos en una libreta azul preparada especialmente para la tarea. Mi vida estaba dedicada completamente a esta labor; por la mañana me sentaba en mi puesto y no me retiraba hasta bien entrada la noche, cuando regresaba a mi cuarto y ponía en orden las anotaciones del día.
Clasificaba las personas con nombres de animales: estaban los perros (pasos cortos pero de gran frecuencia), las tortugas (pasos aún más cortos y de poca frecuencia), los lobos (paso normal y cuerpo inclinado hacia delante, como queriendo comerse los metros que les quedan), los leopardos (prácticamente corriendo) e incluso los elefantes (aquellos que no aguantan el recorrido sin parar a reponer fuerzas en cada fuente que se encuentran). Muchos podrán pensar que mi trabajo era totalmente monótono y tienen razón, el sobresalto de cada día nunca se salía de la más común regularidad.
Pero todo parecía estar preparado para el día en que pasó por delante de mi banco el “animal” al que de ahora en adelante denominaré como el Ave. Era simplemente un hombre que vestía pantalones vaqueros, una chaqueta raída por los años y una visera roja; pero más allá de su vestimenta, y por eso destacó este individuo ante mis ojos, poseía la forma de caminar más extraña que yo, experto en la materia, había podido observar en largos días de contemplación y análisis. Andaba extremadamente rápido, bueno, si se puede decir que andaba, pues la definición correcta sería que volaba, ya que en ningún momento se vislumbraba que las suelas de sus zapatos tocaran el suelo. Mi asombro era tal que sin pensar, me levanté justo cuando el Ave superaba mi asiento e, incluso dejando mi libreta azul en el banco empecé a seguirlo a dónde quiera que fuera.
Doblaba las esquinas de las calles como si no existieran, como si el solamente avanzara recto sin tener que pararse en nimiedades. Algo que también me había llamado la atención cuando aún estaba sentado y el pasaba eran sus ojos: estaban desenfocados, sin rumbo, como si estuviera pensando en otra cosa. Me preguntaba si seguirían así.
Cuando el Ave se introdujo en el sendero, mis fuerzas empezaron a flaquear; llevaba muchísimo tiempo persiguiéndolo y la caminata tenía pinta de alargarse un buen rato más. Caminé unos metros más hasta que algo falló en mi interior; las piernas se doblaron y caí desplomado sin consciencia en la tierra. Tuve la fugaz visión de un tronco de un árbol marcado con una serie de letras que no conseguía leer y desperté. Me levante sacudiendo el polvo de mi ropa y vi al Ave parado un poco más adelante. Se había quitado la gorra dejando a la vista su total calvicie y tenía los brazos abiertos, como esperando el envite de algo que bien seguro lo derribaría. El pánico se apoderó inexplicablemente de mí y eché a correr hacia él. Cuando casi lo había alcanzado, este se revolvió y metió su mano derecha en un bolsillo de su chaqueta, me paré y observé lo que sacaba: una pequeña libreta azul. Me acerqué mirando fijamente a sus ojos verdes y, extendiendo la mano, cogí el cuaderno, lo abrí y vi que estaba lleno de frágiles letras y borrosos dibujos de piernas y pies. Levanté la cabeza y, sin decir nada, me giré, tiré un poco más adelante la libreta y regresé a mi puesto de trabajo pensando el la visión que había tenido del árbol marcado.
domingo, 21 de febrero de 2010
Interludio 2
Veo que tienes el dedo apuntando al Astro, siguiendo el flujo dorado; te entiendo sensacionalmente pero no desde mi punto de vista. Sigo tu camino imaginando formas inimaginables de flores fantásticas, de un sentimiento particular y definitorio. Cojo la hoja que se posa suavemente en el suelo y te la ofrezco después de que la rehúses; rompo lo que tu llamas tiempo pero que para mi recibe el nombre de aliento del Hilo. Mientras, un balón llega a mis pies, arrastrado por una altísima ola transparente, lo golpeo con rabia y al mismo tiempo acariciándolo como a la Dama, y grabo en mi memoria su trayectoria mientras que se introduce entre los palos de mi futura casa. Tu sigues señalando con calma infinita mientras el diente machaca y el barco cabalga excitado entre paredes. La atracción es una escalera que nunca nadie sobrepasó: una puerta cerrada, pero rota por los golpes de un portero impaciente, desde dentro. Agarro tu mano y te la mojo en acuarela carmesí para que golpees las nubes, para que dividas el astro en dos partes humanas; la Luna llora, Marte baila.
-El espacio se divide en dos partes: las cuerdas y el verde. Si lanzas al aire un cuerpo que posee una masa M, la musa actuará creando un vector de cuerdas que desafiará cual lanza puntiaguda a tu racionalidad; girará sin sentido aparente y con dirección invisible alrededor de tu mente, punzándola por cada pasada: te convertirás en eje humano.
Digo esto y el papel cae rayando con tinta tu cara, rompiendo tu dedo y condenándote a la mirada ensoñadora y perdida. Te encerrará en un cuarto donde el amor del azul acaricia la O, la A y la I como si fueran niños nonatos; una habitación donde la furia del rojo acompaña a la E por sus inciertos caminos; una estancia donde los demás colores sostienen, trémula, a la U, débil, enfermiza.
Estiras las piernas y te caes, el paso se completa, la pierna desciende y la cabeza vuela.
Y la masa se hizo cuerda.
martes, 16 de febrero de 2010
Tratado sobre el hierro
La barba estaba acomodada sobre su cara como si fuera musgo salvaje, desaliñada de un modo extremo y sus ojos estaban siempre rodeados por una aureola oscura; sin embargo, en contraposición a esto, lucía un traje impecable con una elegancia fuera de lo común, como si fuera un desafío abierto al desorden y el mal gusto.
Llegaba andando por la acera y casi siempre miraba durante fugaces instantes la papelera de la esquina, como asegurándose de que seguía allí, que el mundo no lo traicionaba. Limpiaba el banco pasándole suavemente la mano, pero nunca se sentaba, sólo repetía lo mismo de todos los días.
Un día logré vislumbrar que era tabaco rubio, una buena marca; otro observé que nunca llevaba calcetines debajo de sus zapatos marrones; los demás solamente los dediqué a ensimismarme en la mera contemplación de tan destacado animal de costumbres.
Me atraía increíblemente, no físicamente ni por su forma de ser, pues nunca hablé con él, pero si de una forma díficil de explicar. Él era una parte de mi interior, una rueda dentada y oxidada que ya no hacía su trabajo; no giraba, permanecía quieta esperando algún estímulo particular que la pusiera en movimiento.
Un día simplemente no apareció y desde entonces el banco acumuló suciedad, pero la papelera no se movió de su lugar; sigue donde siempre.
jueves, 7 de enero de 2010
Un poche et une bête
Una habitación circular se extiende metros y metros mas allá de mi vista, después de un ancho pasillo totalmente recto. Las paredes están pintadas de verde y el suelo está cubierto por una especie de lona azul oscura. La piso y percibo el crujir de la madera debajo, siento las partículas de suelo amoldarse imperceptiblemente a mi pie como nubes. El pasillo me transmite una seguridad que me obliga a correr hacia la distante estancia. Llego sin aliento por la carrera y, aún agachado, escudriño el espacio que se abre. Las paredes tienen multitud de arañazos causados posiblemente por un perro, el piso es de duro mármol negro y el techo consta de una sección de material rojo blando por debajo de un revestimiento interior de piedra. En el medio descansa una silla apoyada en una gran lámpara y detrás de esta, se mantiene en precario equilibrio una especie de plato gigante unido al suelo por una varilla de metal colocada en un punto estratégico de la parte inferior de la superficie hecha de lo que parece ser porcelana. Me centro en la contemplación del plato y, sobre todo, de la multitud de objetos que hay encima de este; una brújula, una copa con un líquido amarillo, un terrón de azúcar, un cuadro de caóticos colores chillones, una piedra con el número uno dibujado de una forma extraña, un animal de juguete desconocido a mis ojos, un pañuelo amarillo y una astilla de madera. Me pongo delante del plato y lo toco. No se mueve, parece que está sujeto fuertemente con algo que no consigo ver ni entender. Muevo mi mano por el borde del mismo y este empieza a acompañar el movimiento con un lento giro, le imprimo mayor velocidad y observo como las cosas que se amontonan encima no se desplazan lo más mínimo. Algo se mueve dentro de mi cuerpo, mis manos responden dibujando con los dedos en el aire un copo de nieve perfecto. Aparece y lo agarro antes de que caiga manchando el suelo, me revuelvo y lo estrello contra la puerta de la entrada, que se abre dejando entrar una ráfaga de viento seco. La lámpara se apaga y del plato cae primero el animal de juguete y después, la astilla de madera, que se clava fuertemente en su lomo. La espalda perforada del ser me hace generar imágenes en mi cabeza de un chico matando a su padre en un camino y de un barco naufragrando en las dunas del desierto contiguo a una bella ciudad desierta. Me toco el pelo y rasco el ojo izquierdo. Centro ahora mi vista en la brújula y veo que le falta la flecha y que, por lo tanto, ya no marca ninguna dirección. Estoy seguro de que el norte queda a mi derecha pero eso sólo pasa por mi mente un fugaz momento. Enciendo otra vez la lámpara y me siento por primera vez en la silla, columpiandome delante a atrás y haciendo chirriar sus patas. Alargo la mano y cojo del plato la piedra dibujada y el pañuelo; doblo este con gran cuidado y lo uso para envolverla, después la coloco en el suelo y me quedo mirando hacia el frente. Me revuelvo en la silla y me levanto, me pongo a caminar en círculos alrededor del centro de la habitación y comienzo a preguntarme como podían ser tan redondeadas las letras del cartel de la entrada. Dejo de pensar, agarro la lámpara, la levanto en el aire y la coloco tumbada en el suelo por debajo del plato, justo tocando a la varilla metálica. Cojo la copa rellena del néctar color ámbar y me doy cuenta de la naturaleza del fluido; esperando el mal sabor del mismo, le echo el azúcar y me lo bebo todo de un trago. Lo primero que aparece ante mis ojos es un trozo rectangular de tierra que gira descontroladamente en el aire, la agarro y una puerta se abre en la estancia donde antes sólo había pared. Giro la manilla y la atravieso, pisando acera gris.
La ciudad sigue como siempre la recordaba y la pastelería de enfrente sigue dándome la impresión de que se esconde a sí misma, de que comprime sus propias paredes. Un taxi se acerca rápidamente por la calzada, levanto la mano y me subo en el asiento de delante, al lado del conductor. La urbe avanza a mis ojos tranquila y pausadamente; veo un gato arañando en una esquina a un señor mayor y a un individuo trajeado corriendo detrás de los muros de lo que parece un bufete de abogados. Me bajo cientos de metros más allá del punto de partida y subo las escaleras que llevan a un conocido parque. Avanzo entre árboles y veo una papelera del revés tirada en el suelo, al lado de un montón de arena oscura. Me agacho y agarro tanta como cabe en mis dos manos, la miro y la introduzco en el recipiente tirado. Continuo mi paseo por el espacio verde y salgo a una calle que parece ser céntrica, muy transitada por vehículos, pero con pocos viandantes. Desde la salida del parque hasta mi parada enfrente de la tienda no me cruzo con nadie, lo que me da unos preciosos momentos para ver la puesta del sol detrás de un edificio. Bajo la vista y compruebo la presencia de la palabra “abierto” en el cartel de la puerta, entro y salgo en breves momentos con un paraguas en la mano. Lo abro y doblo la siguiente esquina sin cruzar la calle. Miro la casa de enfrente, llena de pintadas, y compruebo los carácteres malamente leíbles que la adornan; la bordeo y paro delante de una gran entrada franqueada por dos columnas marmóreas. Cierro el paraguas y me meto con prisa en el interior de la gigantesca estructura.
La geometría marcada con cortantes aristas es predominante en la sala y un cisne negro adorna el techo de la misma. El pájaro carece de plumas, pero presenta lo que parece ser un suave pelaje que, a pesar de su tono oscuro, desprende ante mis ojos ocasionales destellos amarillentos. Frente a mi una escalera, y después del último de sus escalones, una puerta que contiene tras de sí una honda cámara cóncava. Me deslizo resbalando por el curvado suelo y llego al centro, donde un pequeño agujero de pocos centímentros descansa en perfecto equilibrio con el paisaje. Me acuesto forzadamente y pongo mi ojo derecho en el agujero, esperando ver algo de claridad en el interior. El fondo del diminuto pozo está iluminado sutilmente por un débil haz verdoso y deja ver un trozo de cuerda tan pequeño que, cuando introduzco tres dedos en el interior, casi consigue huir de su abrazo. Saco el diminuto pedazo y lo observo detalladamente, de pie, con la espalda totalmente recta. Está hecho de un hilo oscuro y parece muy resistente, como si formara parte de algo irrompible. Lo guardo en el bolsillo y escalo por el suelo de la habitación hasta llegar a la puerta previamente cerrada; salgo al vestíbulo y me paro ante la salida. Un trozo de papel está pegado delante de mi y muestra solamente la imagen de una flecha apuntando hacia la izquierda. Me giro en esa dirección y veo una cortina ligeramente apartada, la sobrepaso y cruzo cinco puertas consecutivas hasta aparecer en un lugar donde los colores me ciegan a causa de su brillantez. Entreabro el ojo derecho y veo un traje rojo que cuelga en el aire enfrente de mí. Sin vista, me desnudo y me pongo tanto el pantalón como la chaqueta del conjunto. Me revuelvo y echo a correr hacia mi izuierda con la intención de encontrar un espejo. Choco contra algo duro y me parece perder la conciencia.
Unas rejas acarician mis manos y les impiden agarrar el aire, me miro y solo veo unos zapatos azules sobre mis pies, sin calzar. Me pongo de puntillas y veo que por encima de los barrotes hay el hueco necesario para que un hombre de mi tamaño se deslice al exterior. Mi cuerpo desnudo se hace numerosas heridas contra la parte superior de los hierros pero consigo salir por fin a la calle. Siento una tremenda curiosidad y comienzo a correr por la acera hacia el lugar donde caen las hojas.
domingo, 6 de diciembre de 2009
Me acuerdo de aquel hombre que sólo pensaba en colores
Un horno trabado por el ángel que se eleva se muestra en un cuadro con colores frescos y cálidos. Me paseo y observo las paredes de la tierra que un enano compró por cien doblones de oro; sonrío viendo vida y acabó mi caminata.
Aparezco en un prado de hierba escarlata, en el medio una fuente que me recuerda a una pesadilla de hace millones de años. Ando en círculos marcando la cuadratura más que posible en el terreno resbaladizo y tiemblo debido al frío intenso, aterrador e hiriente. Un aire enturbiado por un ambiente cultural me envenena los pulmones clavando en ellos largas falcatas afiladas, me tiro al suelo gritando y cambio de cosmos, paso de fase existencial.
Ahora el paisaje es blanco, supongo en un principio que es nieve; me doy cuenta de mi equivocación y leo en un papel que se sostiene perpendicular al suelo que me encuentro en el castillo de Todo. Entre la pureza vislumbro la muralla, las almenas, el foso e incluso el patio interior; yo soy el Homenaje, la victoria esculpida que se siente feliz por su grandeza. La emoción asalta mi cabeza y me hace perder el control por un instante; el mundo metamorfosea.
Tierra blanda, líquida y viscosa: mar. El navío con el que surco las dunas parece frágil pero yo conozco su fortaleza, aguantará hasta que yo quiera que aguante, el tiempo necesario para llegar a mi puerto. Todo se presenta en calma bajo la tempestad hasta que surge Leviatán; pequeña mascota, ¿por qué me desafías? Mi tridente se clava en sus entrañas liberándolo de su pesado deber y yo aligerezo mi consciencia viajando a otra estrella.
La pancarta que porto está pintada con tinta oscura, muestra letras grandes y furiosas y destaca sobre las miles de compañeras. Yo estoy a la cabeza del desfile de terror e injusticia, yo soy titiritero de una compañía multitudinaria que me sigue sujeta por hilos. Me agito entre carcajadas malvadas que exigen un líder del que desconocen la existencia. Me doblo, lloro y me convierto en árbol manipulador de rama; sueño otro mundo.
Sigo doblado, pero mientras leo la inscripción de una tumba. Un teorema se muestra claro, demostrado ante mis ojos incrédulos; mil generaciones no olvidarán lo que acabo de descubrir, la sencillez transformada en combinación de caracteres. Una vida de desvelos llevo sobre mi espalda, explicaciones incorrectas se entremezclan en mi cabeza con una subyacente y pura verdad. Gran alegría y vacío me invaden mientras me convierto en una nueva fábula.
El vuelo es algo que ha interesado al hombre desde el comienzo de los tiempos. Al levantar la cabeza siempre nos hemos preguntado cómo llegar al cielo que vemos allí arriba, hemos envidiado a los pájaros volando con sus gráciles alas, creamos útiles artificiales para surcar el techo azul; pero yo me pregunto, ¿por qué?, ¿cuál es la finalidad de eso?. Yo me respondo y os respondo queridos oyentes, la libertad en el cielo es más evidente que en la tierra (me retiro de la tarima y abandono la sala saliendo al pasillo).
En la montaña hace frío, más que en el valle de abajo. De repente una bala me roza la mejilla, sube acariciando mis ojos y me despeina como un agresivo golpe de viento. Miro hacia el origen del proyectil y veo al Cazador, con sus ojos blancos y su gabardina verde manzana. Me mira con una mueca graciosa en la cara y me fijo en que sostiene el revólver en una mano y un globo amarillo en la otra. Bajo la vista hacia sus pies y no los veo, recuerdo al momento que los había perdido nadando en un río salvaje. Definitivamente me va a asesinar así que me resigno y me arrodillo, canto y espero el momento. Antes del momento final un barco se acerca por una ladera, un marinero saca un brazo por la borda, me agarra y me tira sobre la fría cubierta. Me dice que me llevará a tierras inexplorada; me resigno por segunda vez en poco tiempo y me duermo.
Las gafas están apoyadas sobre la mesa y le dan a ésta una apariencia de deformidad absoluta. Las miro desde todos los ángulos y solo veo unas molduras sin cristal; perdón, me equivoco, todavía hay trozos transparentes pegados al fino acero por la parte de dentro. Las levanto y observo la geometría de tan utilizado objeto, veo el sinsentido de su forma, su aparente inutilidad ante mis ojos. ¡Cuán terrible es el ingenio humano! Pienso en el viaje que voy hacer al día siguiente y me teletransporto.
La jungla que me persigue es una veloz depredadora que no se rendirá hasta devorarme entre sus fauces. Corro portando en mis manos la última piña de la isla como última esperanza de una civilización a la que represento, salto por encima de animales inconsistentes, soy y dejo de ser en dos metros consecutivos, pienso en el vacío que envuelve la parte de arriba de una bola y vuelvo sortear obstáculos y muros infinitos. Veo la salida, luminosa y negra como el hoyo en el que estaba apoyada la escalera; la ansío como alimento hambriento y la alcanzo cuando Reloj llega a la meta. Veo los añorados edificios azules altos como gigantes y pienso, me he perdido.
Trabajo soltando líquido en un plano blanco de forma rectangular. Soy amo de todos los saberes y conozco a todas las damas gentiles que rodean mi casa esperando un sutil agradecimiento. ¡Pobre ironía!, tan aislada en mi cabeza de las demás ideas; espera, debería estar agradecida, las otras están contaminadas por la locura que toca la superficie del lago en el que flotan. El agua que suelto está alterada, pero nadie se puede dar cuenta pues solamente duendes de pechos voluminosos están destinados a ver la Verdad. La ocurrencia era magnífica, mi figura recta y estrecha y la canción que escucho, repetitiva; la cambio.
Estoy en el mundo de la música que nunca se acaba, los acordes suenan y el sonido de lanzas entrechocándose el leitmotiv de la guerra que se avecina. Con todas mis experiencias a la espalda ya estoy preparado; ahora soy libre de ataduras y en mis manos sólo sujeto una cuerda, la que me permitirá escalar y escalar hasta que mi cuerpo desaparezca. Quizás entonces logre comprender porque se entienden lenguajes desconocidos o quizás no, pero, en ese momento, el viaje habrá llegado a su fin.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
jueves, 8 de octubre de 2009
Triquilímenos
Los Tiempos llevan tiempo conspirando contra mí para que les ceda los poderes de las Musas, mis más fieles sirvientas, sin embargo, yo no puedo ceder a sus deseos; si lo hiciera, mi divino ingenio llegaría a su fin ya que mi hermano Destino trazaría una ruta de la que mis pensamientos no podrían salir. Al igual que hacen mis bonitas mascotas, pondría en mi boca el nombre del pobre dios al que elevan sus plegarias pero lo considero innecesario. Miento, lo considero aburrido, demasiado monótono.
En unos minutos tengo que acompañar a ciertos duendecillos a recoger pequeños trozos de manzanas que tira el amigo Titán mientras mastica de una forma muy desagradable; le tengo dicho que no se puede comer así, que hay que ser más educado. sin embargo, él no me hace puñetero caso, incluso se ríe de mí. ¡Si al final voy ser el más payaso de este circo! Hace años no me tratarían de esta manera; antes era respetable, nadie se atrevía a estornudar en mi presencia sin mi debido permiso.
En fin, no me puede quejar tampoco, aún tengo el privilegio de pasarme el día sentado viendo como esos hombrecillos de allí abajo se pelean por sinsentidos más grandes que los enormes montes que rodean mi preciosita colina. Yo creo que disfrutan inventando problemas. No me gusta decir esto, pero a veces, me dan una gran envidia. Son tan inferiores que los grandes dilemas no pueden anidar en sus diminutas cabezas.
Espera, ¿quién es ése que se ríe detrás de aquél árbol? ¡Mierda, un sátiro! Lo voy a destrozar, estoy harto de sus chistes e ironías sobre mi cara.
Aunque parezca otra cosa, la vida aquí no es tan buena como se puede pensar; ¡siempre hay algún graciosillo! No obstante, el humor siempre es necesario; para mundo serio, el de abajo.
Five ways to the white dead
El sol despuntaba en el horizonte mientras los dos caminantes dialogaban. La ruta de cada uno, en principio totalmente opuesta, se había cruzado casi cuando ambos habían alcanzado su destino.
- Así es, la última carrera, el esprint final, fue realizado justo aquí, sobre el suelo que ahora pisamos.
Cuatro caminos de entrada a la encrucijada, sólo uno de salida: la Alfombra Roja. El sendero se llamaba así pero en él no se vislumbraba ni un sólo misero trozo de tejido, el nombre tenía otro sentido.
- En la salida creí oír que nuestro viaje sería solitario hasta la meta, nunca pensé que te encontraría aquí.
- Todo se ha malversado, lo que giraba en un sentido ha cambiado hacia el otro.
Cuatro caminos que desaparecen, uno que se ilumina; dos seres engañados, un titiritero caprichoso. En el centro del cruce de senderos se decide el todo y la nada.
- ¿No sientes la punta de la espada que nos pincha? Yo incluso la veo claramente; hasta mi olfacto capta su olor ferroso.
- Si, entiendo sus palabras, dice que estamos condenados.
- No, estamos atados por una cuerda muy resistente.
Una cuerda demasiado fuerte pero con un nudo. Deshacerlo es una opción, ignorarlo la otra, pero si se deshace, la alfombra perderá su color, el camino su sentido y los caminantes su rumbo. Elegir los colores del cuadro sin pintar no puede ser fácil. La dificultad es el lienzo; que las palabras sean los colores.
miércoles, 7 de octubre de 2009
Le dieu que j´envie
¿Dónde se encuentra la llave del nudo de una muerte temprana?
¿Cuándo se produjo la sonrisa de un niño triste?
¿Cómo puedes decirme que el cielo que contemplo no es azul?
¿Por qué tu mirada rodea con cuerdas mi áspera cintura de paja?
El día de navidad había pasado a ser demasiado oscuro después de la enorme nevarada.
Un camión cargado de ilusiones cumplidas cae por un barranco de piedras verdes.
El alma inexistente tiene como base el vacío post-existencial de la verdad absoluta.
Un perro ladra sobre mis pies de helado derretido.
Cruzando la calle acecha el duende de alas ligeras.
Trabado en un laberinto sin salida aparente que se confunde con el claro contorno.
Alza la mano hacia el cielo y clama venganza contra un himno marino profundo.
Poseyendo a una voluptuosa dama que se descompone en flores aladas.
Grito en medio de una pintura de colores confusos.
Una letra da lugar a una palabra; después surge un sentimiento.
Tremenda falta de osígeno es la causa de la asfixia de un pobre existencialista que agoniza.
Situate encima de una piedra rectangular para ser capaz de ver el círculo.
Animado por el reflejo en el agua de un pequeño ser de grandes orejas que miente.
Átalo a la tierra para que se de cuenta de cual es la masa real de la Luna.
Tenemos que desafiarnos antes de poder comprender una mota de polvo.
¿Existe algún pecado sinónimo de incoherencia?
miércoles, 30 de septiembre de 2009
¿Eres Teo?
Recién almado (dual)
Infinita alma de un dios caído en desgracia o consecuencia de la guerra perdida por mis dedos frente a tus manos. No te alcanzo. Y sin embargo lo intento.
lunes, 14 de septiembre de 2009
Llorar mientras se camina
Estrellas ejercían de espectadores de la obra de la tristeza. Entre ellas destacaba el río, aguas frías sobre hielo resquebrajado que sostenían el peso del drama. El esmoquin era la prenda preferida y el odio, el accesorio ponderativo. Los ojos en las gradas presentes captaban el murmullo del odio entre un bosque de abetos nevados. Querían y amaban a sus seres queridos cual hojas de papel sujetas por clavos en un corcho de cristal.
La melodía seguía su cauce mientras hacía su aparición un oso dorado de dientes sonrientes que en su parte media se curvaban por el peso de la responsabilidad. Abría la boca y dejaba escapar palabras proféticas de puro hundimiento que asaltaban las murallas de la cordura; que invadían las calles de una ciudad perdida y destruida.
Empezaba la canción de la muerte cercana; los niños entraban corriendo, portando las cuerdas, agarrándolas como si fueran los últimos vestigios de una mirada anhelante que pide agua, vida en medio de un desierto de arena blanca. Empezaron a llenar las bolsas del escenario de fina arena carmesí que salía de la boca de un dios maligno que esperaba la muerte de un mundo caduco; un universo en forma de fruta carcomida por un hombre demasiado hambriento para no probar el néctar. Finalizaron su trabajo y se retiraron a la paz inexistente del exterior inexistente. Querían experimentar un éxtasis que no podían alcanzar a su corta edad; sabían demasiado.
Una solista y un aria malamente entonada. Aparecían recuerdos de un tiempo absoluto en todos los sentidos en el cual la jungla madre atravesaba las raíces del sufrimiento impuesto por la dura tierra oscura, de huesos. La mujer de exquisitas formas se derrumba, la montaña la había vencido y ella no veía otra solución que unirse al llanto ambiental de aquella habitación.
La postrealidad atravesaba a la prerrealidad con frenesí sexual dando lugar al clímax del nacimiento conceptual de una elegía. El muerto era la sombra de un pobre chico que escribía desesperado ante la guadaña luminatia de una amada, el cadáver había estado mucho tiempo allí; aguardaba el momento del juicio poético ante el cual sería sometido por unos versos imperfectos de corte floreciente, unas varas de mimbre que azotarían sin compasión su piel rasgada por los cuchillos de unas harpías vengativas. El instante de la decepción no había llegado, por detrás del llanto se escuchaban unas risas.
La compañía estaba haciendo su aparición, fantasmagórica, demasiado fiel a la inhumana realidad. Las carcajadas brotaban de sus bocas cerradas, selladas por un hilo ausente en un campo de trigo y sujeto por rubíes brillantes que no podían tener claro su función en semejante faz. Se arrepentían de ellas, sentían que sólo servían para alargar el puente que llevaba a Caronte, dios y señor del humor in-mundo, y aún así continuaban con la farsa, dando círculos sobre una tarima de hierro alrededor de un ya inundado objeto de antiguo placer.
El aire cogía el tinte del sagrado mar; color blanco sobre fondo negro, espada que perforaba la materia prima de un espantapájaros. Éste también estaba allí, cortaba trozos de pan sobre una mesa deformada por la erosión del tiempo; joven en aspecto, anciana entrañable. Hundía el cuchillo una y otra vez, aumentando de cada intento la intensidad de sus estocadas; la armadura de aquel austero caballero era impenetrable, la materia no podía colarse ni tan siquiera por las rendijas de su yelmo, éstas estaban cubiertas por savia invisible.
Serafines flotaban sosteniendo estatuas de antiguos héroes trágicos. La muerte había sido inevitable para aquellos hombres; vivían la soledad bajo un techo demasiado ligero. Después de sus consumados destinos les habían surgido alas, habían adorado a sus dioses y disfrutaban visitando los infiernos. Habían cambiado, la transformación era visible entre la paja.
La melodía cambiaba por momentos; a veces alegraba a los tristes, otras entristecía a los alegres. Siempre se reflejaba en los mares del creador; inacabables en cantidad e infinitos en extensión. Él mismo desafiaba las leyes de su mundo, lo destruía por el capricho de una nota y lo volvía a llenar de rosas por el deseo de otra. Un sueño que no podía guardar en su bolsa llena de manzanas era lo que perseguía en una carrera de lluvias intensas. Los truenos caían a ambos lados de su cuerpo, pero él soportaba el sufrimiento del fuego dorado con soltura y valentía. Había llegado muy lejos.
Batallas por todos, sitios. La amistad parecía perdurar en dos pequeños animales. Los nombres de ellos eran parecidos, prácticamente idénticos. Se asemejaban en su aspecto postfísico y en el terreno donde los barcos recogían las velas la igualdad era extrema. Sin embargo, se encontraban al borde de un inmenso acantilado, las rocas estaban encima de ellos a punto de resbalarse, calzaban mocasines de diamante y brillaban como esmeraldas. Se miraron un efímero instante y comenzaron a bailar pues para ellos era dichoso el paisaje.
Una palabra desenfocaba una pantera rodeada por demonios armados con lanzas. El animal estaba a punto de sucumbir ante la envidia pero sus agresores se dieron cuenta de la grandeza de su pelaje, la abrazaron y siguieron volando juntos hacia un pedazo de tierra inhabitada por la felicidad. Ellos serían los encargados de crearla, formarían una familia y darían luz a un hogar que sería recordado a lo largo del tiempo como un templo de oscuridad benevolente en un cosmos de caos aparente. Sus hijos ejercerían de titanes de anchos hombros que sostendrían el peso de las columnas de la firmeza.
Una fábula con larga cola de ratón se asomaba de vez en cuando entre los asientos de los denominados fuegos extintos. La curiosidad picaba su lomo remendado con papeles ensangrentados, restos de la virilidad de un gigante orgulloso. Se alargaba y continuaba picando a todo aquél que consideraba digno de sujetar por días el carro de Helios. Después se encogía, atrapaba los restos de pan que caían sobre el escenario y se alimentaba de ellos en un silencio aterrador que se veía interrumpido seguidamente. Así inauguraba un simple bucle infinito, una cuerda demasiado larga para ser medida que cuando se asomaba ante los ojos de los más infantiles era perseguida sin compasión. Nunca alcanzada.
Un perro insatisfecho orinaba en la esquina del diminuto cuarto ocupado por grandes escobas; de su interior salía exquisito vino halagado por Baco, dios del viento nunca encerrado. Habiendo visto al can y esperando conseguir una gota de sus desperdicios, una anciana de pechos turgentes gritaba y pedía a su dios velador de tumbas frías que le concediera el aspecto de una estilizada gata; la divinidad, disfrazada de domador de hombres, estallaba en alabanzas hacia su petición y a la vez se burlaba de tan tremendas pretensiones: el cuerpo felino era el mayor regalo de reyes que musa como aquella podía imaginar, la avaricia en su estado más puro y salvaje no entraba en su limitada cabeza. La vieja no oía la respuesta de su bien amado pero estaba satisfecha con la contestación.
Las puertas del espacio cerrado estaban en el techo, fuera del alcance de todas las sombras. Siempre iluminadas, ellas eran la salida o entrada a un mundo de pretensiones deshonestas, llantos, risas, sueños y cráneos cadavéricos de pelo raso. Cuando menos se esperaba, un nuevo carruaje hacía aparición entre sus marcos y dejaba a sus pasajeros en el interior del bosque. Aquella vez le había tocado a un elfo, una ventana y un libro. La combinación subhumana de los tres elementos no podía ser medida por los cánones de la balanza impresa en el Espejo, sólo quedaba marginación y un olor a pimienta que hacía estornudar a la dama de blanco e inmaculado vestido.
Ritmo atropellado sonaba bajo el piano. Un salvaje estaba escondido entre las piernas de la nonata plañidera y acompañaba a la melodía de ésta con puro ritmo. Destrucción y alegría sobre un plato adornado con toques de especia translúcida, y ante él un vaso lleno de desesperación. Comida sólo apropiada para estúpidos monarcas vanidosos. Servida en frío era como la comía todo su pueblo; en forma de pensamientos revolucionarios.
Otro murmullo empezó a surgir por toda la sala. La caliente frente de un herrero chorreaba de sudor y el sonido producido por éste al caer era digno de ser escuchado, recordaba a unas trompetas sonando ante la caída de una ciudad escondida entre una cascada y un cuchillo cubierto de entrañas, es decir, no podía traer más que cambio, necesario para que la mente enferma de un caballo inmóvil se diera cuenta de sus potentes capacidades de persuasión, necesario para que una princesa recién rescatada por un lobo sin dientes fuera capaz de besar los cabellos de una madre dispuesta a dar su vida por ella misma y por su reflejo en el agua, necesario para que el poeta que dejaba surgir las palabras sobre el cristal de una luna que caía empezara a rodar en el interior de una rueda acolchada gracias a los pensamientos de toda una humanidad, necesaria para la supervivencia de un deseo que traspasaba el sufrimiento causado por las uñas de una alma sobre el lienzo de un cuadro recién pintado de colores vivos y luminosos, necesario en definitiva, para la vida que vive de sus propias vivencias generadas gracias a su profunda mirada.
Un suspiro entre la multitud por la gran belleza de aquello que cualquier ser esperaba observar al menos una vez en su inexistencia era la única respuesta posible a las suaves formas curvadas que se captaban sobre un suelo de madera quizás demasiado elevado para que existiera fuera de aquel cuarto. Se preguntaron, "¿qué hacemos aquí contemplando el interior de una piedra diminuta rodeada por el cielo?, ¿porqué nunca habíamos sido capaces de darnos cuenta de que el músico mejor dotado es el qué da rienda suelta a sus más íntimos recuerdos y los transforma en movimiento?, ¿somos nosotros, los grandes en un mundo de pequeños, los que en realidad tenemos que abandonar toda esperanza de regresar a casa en una noche de profundo invierno?" El silencio fue la única respuesta, faltaba un último toque de locura que nadie podía aportar para responder a aquellas cuestiones; un definitivo aliento de nube que, cuando las eras pasaron y los pastores descubrieron que sus ovejas estaban recubiertas de oro, surgió espontáneamente de la boca del único que se atrevió a desvelar que existía en esencia.
Había pasado tiempo oculto entre los dientes del pianista, había visitado entre sombras a los enormes astros para que no lo pudieran sentir, se había sentado en el pelaje de osos, perros y gatos; se había sujetado a las alas de los más elevados y de los más hundidos, había morado en el interior de estatuas, cuerdas, cielos oscuros y dioses; había temblado encima de la piel de los tambores y reído junto a falsas compañías. Era un ser que, después de vivir y morir infinidad de veces se había contemplado ante el Espejo dándose cuenta de la terrible tristeza combinada con felicidad que podía alcanzar un mundo que, aunque parecía podrido, estaba más sano que nunca.
Él era un niño, sin duda alguna, pero, ¿hasta dónde?
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Durmiendo en una caja
El ser se levanto y empezo a caminar, las piernas le pesaban pero la fuerza de sus enormes alas contrarrestaba este inconveniente; podia andar, sentia fisicamente la capacidad para recorrer el mundo en lo que dura un suspiro de aquellos lejanos dioses que lo habian desterrado a las profundidades de su morada.
El era el rey del gran espacio vacio hasta la llegada de los invasores; canticos por todas partes, lenguas de territorios inexplorados y, como resultado, guerra infinita solo acompañada por las lagrimas de una madre inexperta que veia como sus hijos eran aniquilados por la llamada del poder.
El padre mataba a su hijo y este hacia lo propio con el suyo. Los mares se vaciaban de agua y se teñian del color carmesi. Las flores se secaban y perdian sus perennes sonrisas. Y, de pronto, todo acabo. Los hermanos, en alianza, habian triunfado frente a su todopoderoso gemelo, el unico paso que faltaba era el destierro de este.
Pero todo llegaba con el paso del tiempo, las oscuras paredes de su cautiverio estaban a punto de resquebrajarse. El titan saliria de las profundidades porque era la hora de las lagrimas y el era necesario. Su antiguo reino necesitaba la mano de un sentimiento.
miércoles, 22 de julio de 2009
Amanecer llamado Jaime
La madre cargaba al hijo sobre sus espaldas dobladas, el padre sonreia y el agua se burlaba de todos ellos. No pretendian salir airosos de una batalla ya perdida, solo seguian viviendo ante un unico ser que los vigilaba. El viaje que los esperaba era demasiado largo para hacerlo a pie; un caballo los iba llevar hasta su destino, innominable. La union se llevaba a cabo frente al hombre y se ocultaba a los dioses, celosos de una libertad verdadera que ellos nunca serian capaces de saborear con sus lengua carmesies, manchadas de suave icor perfumado que, en definitiva, no era mas que jugo divino. Despues de la celebracion, el mar hacia el resto, un gato se ahogaba en sus aguas mientras todos miraban al fondo; nadie giraba la cabeza por miedo a una imaginaria furia y, sin embargo, contemplaban la sagrada ceremonia ansiosos, esperando que llegara el momento en que el abismo ya no fuera abismo, la tierra fuera cielo y el hombre mujer. Sus mentes no eran capaces de comprender la profundidad del rito; estaban limitados gracias a una madre que los habia concebido sin piernas con las que moverse, manos con las que agarrar y ojos con los que ver. Vein ciegos solamente porque querian ver lo que se les enseñaba. Surge un solista y entona las primeras notas de una cancion, estridente, desafia el orden y mata una flor. Surge un lienzo, un salvaje se levanta del suelo y empieza a pintar con la poca sangre que aun conservaba en la boca; aparece la cara de la belleza. Surge una madre que amamanta a un hijo demasiado grande para no ser un padre; la piel de sus pechos cae a jirones y ella sonrie. Tres seres comienzan a formar diversas caras de uno solo; se oyen gritos de placer entonando canticos de alabanza ante la Indomita. Todos olvidan lo que habian visto, todos se olvidan y caen en un hoyo. Redondo y con una unica escalera solo puede provocar conflicto, pero se sientan alrededor de una fogata y empiezan a surgir las historias. Pasado, presente y futuro se unen con la curva y la recta dando lugar a un animal de innumerables apendices que les arranca una oreja a cada uno y se las cuelga en cada uno de los cuernos que adorna su cabeza. Mutilados siguen sonriendo, una mueca marcada al rojo vivo en su cara, engañados por un poder superior que parece divertirse con las desgracias terrenales. Desaparece la boca del pozo y en su lugar aparece el cielo; siempre habian creido en el cielo, lleno de cuerdas que unian los cuatro puntos cardinales que les habian guiado en las travesias por los lugares mas inhospitos. Confiaban en el cielo, porque así debía ser, porque así queria ser. Pero no comprendian la ilusion, pero no comprendes la ilusion, pero no comprendo la ilusion.
Canto, pinto y doy a luz ante unos ojos profundos como el mar, el cielo y el mas profundo de los pozos juntos. Siempre surge la pregunta de porque aparecen estas palabras, el error; el porque es la repuesta a una inexistente pregunta. Detras de unas letras hay un sentido, idea y sentimiento. Una cuerda es mas fuerte que el mas resistente de los metales porque una cuerda une algo mas que dos realidades, une dos almas atadas a un arbol que crece en plena naturaleza salvaje y les da aire. Une dos interiores y dos exteriores de cera que derriten el mundo con su aliento e insuflan esperanza. Y todo se reduce al mar.
viernes, 10 de julio de 2009
Fantasia en forma de caballo
jueves, 25 de junio de 2009
Asíntota
Jorge Luis Borges
El hombre caminaba sobre la línea. Blanca pintura discontinua le mostraba que el camino era demasiado largo pero que debía seguir hasta llegar a su meta.
Había abandonado la salida -una profunda madriguera- hacía dos días y el cansancio apenas era captado por los oscuros músculos de sus piernas. La meta de la carrera no estaba claramente definida, cada participante tenía la suya; según el organizador "en su horizonte, el lugar más lejos que cada uno de ustedes logre alcanzar después de sufrir las penalidades del camino; ahí veréis el final". Parecía una sagaz burla a la propia inteligencia simultáneamente que uno de los desafíos más terribles a los que el individuo se podía enfrentar. MIentras cavilaba acerca de todo esto, el hombre seguía caminando.
Llevaba un paso firme, lleno de una resolución que, aunque él no sería capaz de afirmarlo en voz alta, le producía un temor demasiado intenso para ser descrito con palabras. El asfalto quemaba de día y congelaba sus pies descalzos de noche, no obstante, para el hombre no existían esas sensaciones, no tenían cabida en ninguna de sus zancadas.
Seguía y seguía; los días se convirtieron en meses y estos en años; él no descansaba ni se cansaba. Su mirada iba dirigida al frente pero, al mismo tiempo, en determinadas ocasiones, sus ojos se perdían en la inmensidad que lo rodeaba. Un mar de visiones se extendía a los lados del camino; lo bello se mezclaba con lo desagradable y se formaban nuevas realidades intermedias. Este proceso de creación, este nacimiento, era observado ávidamente por el caminante que buscaba comprender el porqué del mismo, esperando de alguna manera la aparición de su meta.
Había recorrido una distancia interminable, no creía que el final ansiado llegara y volvió mirar a su alrededor: al no haber apartado la vista del frente, de lo inacabable; no había visto algo nuevo que había surgido a su mismo lado. Un ser indescriptible corría hacia él, cuando llegaba a sus proximidades se paraba, daba la vuelta, y volvía hacia atrás. Este ciclo se repetía, tal y cómo lo percibió el caminante, de forma interminable. El ser tenía una piel rugosa, de color verde intenso; casi se confundía con el ambiente. Cuando llegaba cerca del hombre, al pararse, lo miraba fijamente, como esperando comunicarle sus pensamientos más secretos, como intentando dar una pista que le daría a uno la respuesta al sentido de cierta carrera y al otro la satisfacción de revelarla. Ese momento era de completa unión entre el ser y el hombre; eran hermanos de sangre separados al nacer que se reencontraban en el momento que había marcado la vida.
Entonces, el caminante miró sus extremidades inferiores y su cara se invadió de asombro; el verde ocupaba el lugar donde el negro había sido dueño y señor. Miró por primera vez al cielo y lo vio verde. Todo lo observable era de este color e, incluso él, en su interior, se sentía con esa tintura artificial que había llegado después de infinitos pasos andados.
El ser, repitiendo lo ya muchas veces repetido, miró al hombre y, por primera vez, de forma suplicante, miró al frente del caminante, miró la carretera interminable. Éste se dio cuenta por fin de lo que quería; asintió, se giró, miró al frente y, siguiendo el ritmo que prácticamente había perdido después de tan duradera parada, siguió caminando.
Su horizonte estaba delante de él, radiante y claramente definido. Debía seguir.
“La línea consta de un número infinito de historias; la historia, de un número infinito de deseos; el deseo, de un número infinito de imaginaciones; la imaginación, de un número infinito de pensamientos...”
Un Caminante
domingo, 14 de junio de 2009
Pintura a la degeneración
Mi nombre es Dionisio y soy un prófugo; considero que esta es la mejor presentación posible dadas las circunstancias. Escribo en la pared este mensaje dedicado a ti, amada Cleopatra, divina Helena, destructora Shiva; dirijo estas palabras a la insondable presencia femenina que durante años ha estado cuidando de mi fragil pellejo en el oscuro cautiverio.
Hace unos días una larga fila estacas de acero frenaban el avance de este pobre infeliz; física y mentalmente me encontraba exhausto cual atleta después de la carrera de su vida. El aire pesaba sobre mis hombros desde la profundidad de una celda, celda de la que, sin darme cuenta, había tragado la llave. El hambre me había hecho engullir de forma inconsciente la misma por la mera gula ante la visión de lo material.
Vivía en un mundo etéreo de placeres o torturas continuos, según se les quiera o deba calificar y, aún así, todo era monotonía. Mi crimen era la práctica de la indiferencia en todos los aspectos de la vida. Amaba y desconocía de igual manera la excitación causada por un sentimiento; era un témpano colgado de duros huesos de carne viva. Por esto fui castigado, pero esto lo descubrí ahora, antes desconocía demasiado.
Cierta mañana mire debajo de mi cama y vi la caja. Al contrario que las calamidades, era de colores brillantes, despedía una luz demasiado intensa para corresponder al posterior dolor. La abrí y dentro había un periódico en principio normal. Portada, contraportada e interior completamente vacío. Me extrañé, me pregunté que hacía el misterioso diario debajo de mi lecho, me volví acostar. El sueño vino a mi y empezó todo.
Estaba en medio de un desierto de blancas hojas de papel en medio del cual habia una fuente diminuta, un surtidor que apenas llegaría a mis rodillas con forma de enano de torso mutilado. Aquella figura me observaba con palpable prepotencia produciendo en mi interior por primera vez algo diferente a la indiferencia: rabia, odio, furia, ansias de producir dolor. Ahora me doy cuenta que fue ahí cuando comenzó mi cautiverio. El desierto blanco se tornó bosque, las hojas de papel transmutaron en hierba y la fuente tomó la forma del chacal, mi carcelero.
A partir de ahí me resultaría imposible describir sensaciones, visiones y experiencias; simplemente todo se reducía al todo, y a la vez, a la nada.
La droga más potente jamás consumida me consumió haciendome olvidar todo lo anterior; todo menos el periódico. La visión de su interior me carcomía e invadía continuamente. Su portada, contraportada e interior completamente vacío. Lo odié y lo amé; lo maldije y lo besé; lo tomé como amante.
Era consciente de mi existencia gracias a un periódico, me unía a la leve realidad que brevemente había percibido anteriormente, era mi lazo de unión conmigo mismo. Lo sentía a él y a los duros y oscuros ojos del fiero animal que me vigilaba, el reflejo de mi resistencia.
Entonces pensé; el diario se abrió y vi.
Las letras afloraban entre los pliegues de papel con un tono negro intenso.
Seguí pensando y las palabras surgieron. El verbo cobraba fuerza de la mano de mis pensamientos, la angustia desaparecía.
Y me levanté, ataqué a mi carcelero y, arrancándole la piel trozo a trozo, lo maté. La sangre corría por mi boca pero yo hacía caso omiso. La gloria de la libertad me descontrolaba y mi alma bailaba.
Una pared; recuerdo y miro.
Escribo, te evoco y continuo con mi manjar.
domingo, 7 de junio de 2009
Mirar y Amar
PERDIDOS EN UNA MAÑANA LLUVIOSA. DOS PERROS LADRAN BAJO LA VENTANA HELADA.SU AMO LES LIBERA Y ELLOS LO DESTROZAN. MIENTRAS PENSAMOS EL BARRO SIGUE LLENANDO LA CAJA. EL GUSANO ALABA A LA TIERRA. EL PEZ AGRADECE AL MAR. EL AVE AMA AL CIELO. EL HOMBRE ENVIDIA. PENSANDO TODO Y CONTANDO LOS TROZOS DE NADA.