domingo, 14 de junio de 2009

Pintura a la degeneración

El suelo está bastante sucio pero aún así me parece de las cosas mas bellas que he contemplado en años.
Mi nombre es Dionisio y soy un prófugo; considero que esta es la mejor presentación posible dadas las circunstancias. Escribo en la pared este mensaje dedicado a ti, amada Cleopatra, divina Helena, destructora Shiva; dirijo estas palabras a la insondable presencia femenina que durante años ha estado cuidando de mi fragil pellejo en el oscuro cautiverio.
Hace unos días una larga fila estacas de acero frenaban el avance de este pobre infeliz; física y mentalmente me encontraba exhausto cual atleta después de la carrera de su vida. El aire pesaba sobre mis hombros desde la profundidad de una celda, celda de la que, sin darme cuenta, había tragado la llave. El hambre me había hecho engullir de forma inconsciente la misma por la mera gula ante la visión de lo material.
Vivía en un mundo etéreo de placeres o torturas continuos, según se les quiera o deba calificar y, aún así, todo era monotonía. Mi crimen era la práctica de la indiferencia en todos los aspectos de la vida. Amaba y desconocía de igual manera la excitación causada por un sentimiento; era un témpano colgado de duros huesos de carne viva. Por esto fui castigado, pero esto lo descubrí ahora, antes desconocía demasiado.
Cierta mañana mire debajo de mi cama y vi la caja. Al contrario que las calamidades, era de colores brillantes, despedía una luz demasiado intensa para corresponder al posterior dolor. La abrí y dentro había un periódico en principio normal. Portada, contraportada e interior completamente vacío. Me extrañé, me pregunté que hacía el misterioso diario debajo de mi lecho, me volví acostar. El sueño vino a mi y empezó todo.
Estaba en medio de un desierto de blancas hojas de papel en medio del cual habia una fuente diminuta, un surtidor que apenas llegaría a mis rodillas con forma de enano de torso mutilado. Aquella figura me observaba con palpable prepotencia produciendo en mi interior por primera vez algo diferente a la indiferencia: rabia, odio, furia, ansias de producir dolor. Ahora me doy cuenta que fue ahí cuando comenzó mi cautiverio. El desierto blanco se tornó bosque, las hojas de papel transmutaron en hierba y la fuente tomó la forma del chacal, mi carcelero.
A partir de ahí me resultaría imposible describir sensaciones, visiones y experiencias; simplemente todo se reducía al todo, y a la vez, a la nada.
La droga más potente jamás consumida me consumió haciendome olvidar todo lo anterior; todo menos el periódico. La visión de su interior me carcomía e invadía continuamente. Su portada, contraportada e interior completamente vacío. Lo odié y lo amé; lo maldije y lo besé; lo tomé como amante.
Era consciente de mi existencia gracias a un periódico, me unía a la leve realidad que brevemente había percibido anteriormente, era mi lazo de unión conmigo mismo. Lo sentía a él y a los duros y oscuros ojos del fiero animal que me vigilaba, el reflejo de mi resistencia.
Entonces pensé; el diario se abrió y vi.
Las letras afloraban entre los pliegues de papel con un tono negro intenso.
Seguí pensando y las palabras surgieron. El verbo cobraba fuerza de la mano de mis pensamientos, la angustia desaparecía.
Y me levanté, ataqué a mi carcelero y, arrancándole la piel trozo a trozo, lo maté. La sangre corría por mi boca pero yo hacía caso omiso. La gloria de la libertad me descontrolaba y mi alma bailaba.
Una pared; recuerdo y miro.
Escribo, te evoco y continuo con mi manjar.

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