jueves, 25 de junio de 2009

Asíntota

“La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes...”
Jorge Luis Borges


El hombre caminaba sobre la línea. Blanca pintura discontinua le mostraba que el camino era demasiado largo pero que debía seguir hasta llegar a su meta.
Había abandonado la salida -una profunda madriguera- hacía dos días y el cansancio apenas era captado por los oscuros músculos de sus piernas. La meta de la carrera no estaba claramente definida, cada participante tenía la suya; según el organizador "en su horizonte, el lugar más lejos que cada uno de ustedes logre alcanzar después de sufrir las penalidades del camino; ahí veréis el final". Parecía una sagaz burla a la propia inteligencia simultáneamente que uno de los desafíos más terribles a los que el individuo se podía enfrentar. MIentras cavilaba acerca de todo esto, el hombre seguía caminando.
Llevaba un paso firme, lleno de una resolución que, aunque él no sería capaz de afirmarlo en voz alta, le producía un temor demasiado intenso para ser descrito con palabras. El asfalto quemaba de día y congelaba sus pies descalzos de noche, no obstante, para el hombre no existían esas sensaciones, no tenían cabida en ninguna de sus zancadas.
Seguía y seguía; los días se convirtieron en meses y estos en años; él no descansaba ni se cansaba. Su mirada iba dirigida al frente pero, al mismo tiempo, en determinadas ocasiones, sus ojos se perdían en la inmensidad que lo rodeaba. Un mar de visiones se extendía a los lados del camino; lo bello se mezclaba con lo desagradable y se formaban nuevas realidades intermedias. Este proceso de creación, este nacimiento, era observado ávidamente por el caminante que buscaba comprender el porqué del mismo, esperando de alguna manera la aparición de su meta.
Había recorrido una distancia interminable, no creía que el final ansiado llegara y volvió mirar a su alrededor: al no haber apartado la vista del frente, de lo inacabable; no había visto algo nuevo que había surgido a su mismo lado. Un ser indescriptible corría hacia él, cuando llegaba a sus proximidades se paraba, daba la vuelta, y volvía hacia atrás. Este ciclo se repetía, tal y cómo lo percibió el caminante, de forma interminable. El ser tenía una piel rugosa, de color verde intenso; casi se confundía con el ambiente. Cuando llegaba cerca del hombre, al pararse, lo miraba fijamente, como esperando comunicarle sus pensamientos más secretos, como intentando dar una pista que le daría a uno la respuesta al sentido de cierta carrera y al otro la satisfacción de revelarla. Ese momento era de completa unión entre el ser y el hombre; eran hermanos de sangre separados al nacer que se reencontraban en el momento que había marcado la vida.
Entonces, el caminante miró sus extremidades inferiores y su cara se invadió de asombro; el verde ocupaba el lugar donde el negro había sido dueño y señor. Miró por primera vez al cielo y lo vio verde. Todo lo observable era de este color e, incluso él, en su interior, se sentía con esa tintura artificial que había llegado después de infinitos pasos andados.
El ser, repitiendo lo ya muchas veces repetido, miró al hombre y, por primera vez, de forma suplicante, miró al frente del caminante, miró la carretera interminable. Éste se dio cuenta por fin de lo que quería; asintió, se giró, miró al frente y, siguiendo el ritmo que prácticamente había perdido después de tan duradera parada, siguió caminando.
Su horizonte estaba delante de él, radiante y claramente definido. Debía seguir.


“La línea consta de un número infinito de historias; la historia, de un número infinito de deseos; el deseo, de un número infinito de imaginaciones; la imaginación, de un número infinito de pensamientos...”
Un Caminante

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