miércoles, 30 de septiembre de 2009

¿Eres Teo?

Un conejo corre detrás de una hada que agita su varita ante la insistencia de un niño que ruega porque sus padres no corran el aciago destino de la muerte azulada de alas benditas que atrae la sangre del perro destinado a caer en el olvido cuando la humanidad caiga en el agujero de la autoconsciencia que es capaz de producir el efecto de desaparición última en un amigo de la carrera que salvará de la letra al cuaderno en blanco sin tinta en sus hojas de color rojo pintadas por los dedos mojados en acuarela de un dios caprichoso e infantil que se ensaña engañando al sueño que lo convierte en el ser más enano de un monte demasiado alto para ser escalado por una gaviota que tiene grabado en sus ojos el aliento de un mar que insufla de vida al padre de las rocas madres de todos los peces sumerjidos en las aguas del estanque que el hombre tiene preparados para ellos en un cosmos de infinito silencio adaptado al ruido sordo de una arpa que rompe sus cuerdas en respuesta al esfuerzo realizado por un percusionista sudoroso que dota de ritmo al giro infinito de un planeta alrededor de una cuchara de madera que revuelve las entrañas de la divinidad condenada a asimilar su propia felicidad sin poder garantizar la de los demás que siempre pidieron que sus ruegos fueran contestados con un sólo adiós rodeado de estrellas fugaces que surquen los cielos de la mente pura e inmaculada de un recién nacido que vislumbra la luz imperecedera e insondable de la más absoluta oscuridad que dota de un sentido al sentimiento propio de una madre que abraza a su padre formando una cadena de plata tan dura y difícil de romper que es imposible que nadie contemple con buenos ojos semejante unión de eslabones de aspecto interior ferroso e intimide a un asesino de animales muertos que disputa la victoria ante la sonrisa de la gran dama con un alma que vaga entre los dientes del caníbal mas inteligente y salvaje dentro de la selva de colmenas llenas de abejas que trabajan por el bien último de un soplo que inhala un toro de largos cuernos que perfora la cabeza de una niña que juega con sus amigas en un campo repleto de flores de sangre poseedoras del sabor más dulce que se puede probar dentro de una despensa abierta para las bocas de todos los interesados en adquirir conocimiento aplicándolo en una parábola que resuma la idea de inmortalidad en un mero concepto y no una sucesión de cuentas del collar de la sirena que lleva en su frente la joya corazón a partir de la cuál se forjo el universo finito y terrible a rebosar de líquido y materia que nos extraña.

Recién almado (dual)

Huele a luz, a existencialismo ya inexistente, a comedia trágica escrita por un pobre vagabundo muerto. Huelo eso y mucho más pues mi olfacto es preciso, completo y repleto de variedad de cualidades. Camino arrastrándome y arrañando el suave suelo de tierra que malamente veo, mientras, me sorprendo de lo alto que está el abeto que me observa desde lo alto de un alto edificio que sonríe. La luna lo cubre con su manto luminoso enmarcándolo en una escena magistral, ésto sólo se puede dar con la intervención de ángeles. Creer en que los astros cuidan de mi es mi único consuelo, podría decir que me encuentro sólo, pero no, es una ilusión; estoy acompañado por las almas de los que me quieren. Tú eres una de esas almas que sigue las huellas que dejo marcadas en la negra nieve; a mi lado extiendes el escudo de plata que recubre mi pecho carmesí, blanco y negro. No creas que soy un romántico, tu sabes que no es amor lo que desprendo sino desesperanza creada por la imagen que proyecto en el charco que ahora mismo piso. Ésta vez huele a un fantasma que se esconde; se cree invisible pero yo lo noto entre la aurora que me rodea. Algún día lo morderé con mis duros colmillos, no te quepa duda de eso. Te digo todo ésto y te observo fijamente, me iluminas y oscureces lo que pienso bajo la sombra que proyectas, eres demasiado enorme para que te pueda abarcar entre mis brazos, lo comprendes?
Infinita alma de un dios caído en desgracia o consecuencia de la guerra perdida por mis dedos frente a tus manos. No te alcanzo. Y sin embargo lo intento.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Llorar mientras se camina

La cabeza daba vueltas alrededor de un sombrero, giraba y giraba sin detenerse al compás de una sinfonía clásica. El intérprete, un pianista, lloraba sobre el teclado y sus lágrimas ejercían la presión necesaria sobre las teclas para hilvanar la melodía que fluía en aquella pequeña habitación.
Estrellas ejercían de espectadores de la obra de la tristeza. Entre ellas destacaba el río, aguas frías sobre hielo resquebrajado que sostenían el peso del drama. El esmoquin era la prenda preferida y el odio, el accesorio ponderativo. Los ojos en las gradas presentes captaban el murmullo del odio entre un bosque de abetos nevados. Querían y amaban a sus seres queridos cual hojas de papel sujetas por clavos en un corcho de cristal.
La melodía seguía su cauce mientras hacía su aparición un oso dorado de dientes sonrientes que en su parte media se curvaban por el peso de la responsabilidad. Abría la boca y dejaba escapar palabras proféticas de puro hundimiento que asaltaban las murallas de la cordura; que invadían las calles de una ciudad perdida y destruida.
Empezaba la canción de la muerte cercana; los niños entraban corriendo, portando las cuerdas, agarrándolas como si fueran los últimos vestigios de una mirada anhelante que pide agua, vida en medio de un desierto de arena blanca. Empezaron a llenar las bolsas del escenario de fina arena carmesí que salía de la boca de un dios maligno que esperaba la muerte de un mundo caduco; un universo en forma de fruta carcomida por un hombre demasiado hambriento para no probar el néctar. Finalizaron su trabajo y se retiraron a la paz inexistente del exterior inexistente. Querían experimentar un éxtasis que no podían alcanzar a su corta edad; sabían demasiado.
Una solista y un aria malamente entonada. Aparecían recuerdos de un tiempo absoluto en todos los sentidos en el cual la jungla madre atravesaba las raíces del sufrimiento impuesto por la dura tierra oscura, de huesos. La mujer de exquisitas formas se derrumba, la montaña la había vencido y ella no veía otra solución que unirse al llanto ambiental de aquella habitación.
La postrealidad atravesaba a la prerrealidad con frenesí sexual dando lugar al clímax del nacimiento conceptual de una elegía. El muerto era la sombra de un pobre chico que escribía desesperado ante la guadaña luminatia de una amada, el cadáver había estado mucho tiempo allí; aguardaba el momento del juicio poético ante el cual sería sometido por unos versos imperfectos de corte floreciente, unas varas de mimbre que azotarían sin compasión su piel rasgada por los cuchillos de unas harpías vengativas. El instante de la decepción no había llegado, por detrás del llanto se escuchaban unas risas.
La compañía estaba haciendo su aparición, fantasmagórica, demasiado fiel a la inhumana realidad. Las carcajadas brotaban de sus bocas cerradas, selladas por un hilo ausente en un campo de trigo y sujeto por rubíes brillantes que no podían tener claro su función en semejante faz. Se arrepentían de ellas, sentían que sólo servían para alargar el puente que llevaba a Caronte, dios y señor del humor in-mundo, y aún así continuaban con la farsa, dando círculos sobre una tarima de hierro alrededor de un ya inundado objeto de antiguo placer.
El aire cogía el tinte del sagrado mar; color blanco sobre fondo negro, espada que perforaba la materia prima de un espantapájaros. Éste también estaba allí, cortaba trozos de pan sobre una mesa deformada por la erosión del tiempo; joven en aspecto, anciana entrañable. Hundía el cuchillo una y otra vez, aumentando de cada intento la intensidad de sus estocadas; la armadura de aquel austero caballero era impenetrable, la materia no podía colarse ni tan siquiera por las rendijas de su yelmo, éstas estaban cubiertas por savia invisible.
Serafines flotaban sosteniendo estatuas de antiguos héroes trágicos. La muerte había sido inevitable para aquellos hombres; vivían la soledad bajo un techo demasiado ligero. Después de sus consumados destinos les habían surgido alas, habían adorado a sus dioses y disfrutaban visitando los infiernos. Habían cambiado, la transformación era visible entre la paja.
La melodía cambiaba por momentos; a veces alegraba a los tristes, otras entristecía a los alegres. Siempre se reflejaba en los mares del creador; inacabables en cantidad e infinitos en extensión. Él mismo desafiaba las leyes de su mundo, lo destruía por el capricho de una nota y lo volvía a llenar de rosas por el deseo de otra. Un sueño que no podía guardar en su bolsa llena de manzanas era lo que perseguía en una carrera de lluvias intensas. Los truenos caían a ambos lados de su cuerpo, pero él soportaba el sufrimiento del fuego dorado con soltura y valentía. Había llegado muy lejos.
Batallas por todos, sitios. La amistad parecía perdurar en dos pequeños animales. Los nombres de ellos eran parecidos, prácticamente idénticos. Se asemejaban en su aspecto postfísico y en el terreno donde los barcos recogían las velas la igualdad era extrema. Sin embargo, se encontraban al borde de un inmenso acantilado, las rocas estaban encima de ellos a punto de resbalarse, calzaban mocasines de diamante y brillaban como esmeraldas. Se miraron un efímero instante y comenzaron a bailar pues para ellos era dichoso el paisaje.
Una palabra desenfocaba una pantera rodeada por demonios armados con lanzas. El animal estaba a punto de sucumbir ante la envidia pero sus agresores se dieron cuenta de la grandeza de su pelaje, la abrazaron y siguieron volando juntos hacia un pedazo de tierra inhabitada por la felicidad. Ellos serían los encargados de crearla, formarían una familia y darían luz a un hogar que sería recordado a lo largo del tiempo como un templo de oscuridad benevolente en un cosmos de caos aparente. Sus hijos ejercerían de titanes de anchos hombros que sostendrían el peso de las columnas de la firmeza.
Una fábula con larga cola de ratón se asomaba de vez en cuando entre los asientos de los denominados fuegos extintos. La curiosidad picaba su lomo remendado con papeles ensangrentados, restos de la virilidad de un gigante orgulloso. Se alargaba y continuaba picando a todo aquél que consideraba digno de sujetar por días el carro de Helios. Después se encogía, atrapaba los restos de pan que caían sobre el escenario y se alimentaba de ellos en un silencio aterrador que se veía interrumpido seguidamente. Así inauguraba un simple bucle infinito, una cuerda demasiado larga para ser medida que cuando se asomaba ante los ojos de los más infantiles era perseguida sin compasión. Nunca alcanzada.
Un perro insatisfecho orinaba en la esquina del diminuto cuarto ocupado por grandes escobas; de su interior salía exquisito vino halagado por Baco, dios del viento nunca encerrado. Habiendo visto al can y esperando conseguir una gota de sus desperdicios, una anciana de pechos turgentes gritaba y pedía a su dios velador de tumbas frías que le concediera el aspecto de una estilizada gata; la divinidad, disfrazada de domador de hombres, estallaba en alabanzas hacia su petición y a la vez se burlaba de tan tremendas pretensiones: el cuerpo felino era el mayor regalo de reyes que musa como aquella podía imaginar, la avaricia en su estado más puro y salvaje no entraba en su limitada cabeza. La vieja no oía la respuesta de su bien amado pero estaba satisfecha con la contestación.
Las puertas del espacio cerrado estaban en el techo, fuera del alcance de todas las sombras. Siempre iluminadas, ellas eran la salida o entrada a un mundo de pretensiones deshonestas, llantos, risas, sueños y cráneos cadavéricos de pelo raso. Cuando menos se esperaba, un nuevo carruaje hacía aparición entre sus marcos y dejaba a sus pasajeros en el interior del bosque. Aquella vez le había tocado a un elfo, una ventana y un libro. La combinación subhumana de los tres elementos no podía ser medida por los cánones de la balanza impresa en el Espejo, sólo quedaba marginación y un olor a pimienta que hacía estornudar a la dama de blanco e inmaculado vestido.
Ritmo atropellado sonaba bajo el piano. Un salvaje estaba escondido entre las piernas de la nonata plañidera y acompañaba a la melodía de ésta con puro ritmo. Destrucción y alegría sobre un plato adornado con toques de especia translúcida, y ante él un vaso lleno de desesperación. Comida sólo apropiada para estúpidos monarcas vanidosos. Servida en frío era como la comía todo su pueblo; en forma de pensamientos revolucionarios.
Otro murmullo empezó a surgir por toda la sala. La caliente frente de un herrero chorreaba de sudor y el sonido producido por éste al caer era digno de ser escuchado, recordaba a unas trompetas sonando ante la caída de una ciudad escondida entre una cascada y un cuchillo cubierto de entrañas, es decir, no podía traer más que cambio, necesario para que la mente enferma de un caballo inmóvil se diera cuenta de sus potentes capacidades de persuasión, necesario para que una princesa recién rescatada por un lobo sin dientes fuera capaz de besar los cabellos de una madre dispuesta a dar su vida por ella misma y por su reflejo en el agua, necesario para que el poeta que dejaba surgir las palabras sobre el cristal de una luna que caía empezara a rodar en el interior de una rueda acolchada gracias a los pensamientos de toda una humanidad, necesaria para la supervivencia de un deseo que traspasaba el sufrimiento causado por las uñas de una alma sobre el lienzo de un cuadro recién pintado de colores vivos y luminosos, necesario en definitiva, para la vida que vive de sus propias vivencias generadas gracias a su profunda mirada.
Un suspiro entre la multitud por la gran belleza de aquello que cualquier ser esperaba observar al menos una vez en su inexistencia era la única respuesta posible a las suaves formas curvadas que se captaban sobre un suelo de madera quizás demasiado elevado para que existiera fuera de aquel cuarto. Se preguntaron, "¿qué hacemos aquí contemplando el interior de una piedra diminuta rodeada por el cielo?, ¿porqué nunca habíamos sido capaces de darnos cuenta de que el músico mejor dotado es el qué da rienda suelta a sus más íntimos recuerdos y los transforma en movimiento?, ¿somos nosotros, los grandes en un mundo de pequeños, los que en realidad tenemos que abandonar toda esperanza de regresar a casa en una noche de profundo invierno?" El silencio fue la única respuesta, faltaba un último toque de locura que nadie podía aportar para responder a aquellas cuestiones; un definitivo aliento de nube que, cuando las eras pasaron y los pastores descubrieron que sus ovejas estaban recubiertas de oro, surgió espontáneamente de la boca del único que se atrevió a desvelar que existía en esencia.
Había pasado tiempo oculto entre los dientes del pianista, había visitado entre sombras a los enormes astros para que no lo pudieran sentir, se había sentado en el pelaje de osos, perros y gatos; se había sujetado a las alas de los más elevados y de los más hundidos, había morado en el interior de estatuas, cuerdas, cielos oscuros y dioses; había temblado encima de la piel de los tambores y reído junto a falsas compañías. Era un ser que, después de vivir y morir infinidad de veces se había contemplado ante el Espejo dándose cuenta de la terrible tristeza combinada con felicidad que podía alcanzar un mundo que, aunque parecía podrido, estaba más sano que nunca.
Él era un niño, sin duda alguna, pero, ¿hasta dónde?

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Durmiendo en una caja

El titan abrio los ojos y observo por primera vez las columnas de aquella enorme sala. Cada una de ellas estaba iluminada por tres gatos de fuego que parecian dispuestos a arañar el mundo dejandolo marcado por toda la eternidad.
El ser se levanto y empezo a caminar, las piernas le pesaban pero la fuerza de sus enormes alas contrarrestaba este inconveniente; podia andar, sentia fisicamente la capacidad para recorrer el mundo en lo que dura un suspiro de aquellos lejanos dioses que lo habian desterrado a las profundidades de su morada.
El era el rey del gran espacio vacio hasta la llegada de los invasores; canticos por todas partes, lenguas de territorios inexplorados y, como resultado, guerra infinita solo acompañada por las lagrimas de una madre inexperta que veia como sus hijos eran aniquilados por la llamada del poder.
El padre mataba a su hijo y este hacia lo propio con el suyo. Los mares se vaciaban de agua y se teñian del color carmesi. Las flores se secaban y perdian sus perennes sonrisas. Y, de pronto, todo acabo. Los hermanos, en alianza, habian triunfado frente a su todopoderoso gemelo, el unico paso que faltaba era el destierro de este.
Pero todo llegaba con el paso del tiempo, las oscuras paredes de su cautiverio estaban a punto de resquebrajarse. El titan saliria de las profundidades porque era la hora de las lagrimas y el era necesario. Su antiguo reino necesitaba la mano de un sentimiento.