martes, 30 de marzo de 2010

Poema del andar

Avanzó hasta el final de la calle y se adentró en el camino de tierra en el que desembocaba, el cual estaba rodeado completamente de frondosa vegetación. Andaba a un ritmo tan alto que a mis piernas les costaba mantener el paso, parecía tener prisa por llegar a su destino o quizás huía de algo; por este motivo lo estaba siguiendo, bueno, por eso o tal vez por simple curiosidad.
Mi trabajo durante años ha sido analizar la forma de andar de la gente de mi ciudad; la forma de apoyar los pies, doblar las piernas al dar un paso, pequeños tic en el gesto de moverse…. Miraba cada persona que pasaba por delante de mi observatorio en forma de banco de madera y tomaba pequeños apuntes e insignificantes esbozos en una libreta azul preparada especialmente para la tarea. Mi vida estaba dedicada completamente a esta labor; por la mañana me sentaba en mi puesto y no me retiraba hasta bien entrada la noche, cuando regresaba a mi cuarto y ponía en orden las anotaciones del día.
Clasificaba las personas con nombres de animales: estaban los perros (pasos cortos pero de gran frecuencia), las tortugas (pasos aún más cortos y de poca frecuencia), los lobos (paso normal y cuerpo inclinado hacia delante, como queriendo comerse los metros que les quedan), los leopardos (prácticamente corriendo) e incluso los elefantes (aquellos que no aguantan el recorrido sin parar a reponer fuerzas en cada fuente que se encuentran). Muchos podrán pensar que mi trabajo era totalmente monótono y tienen razón, el sobresalto de cada día nunca se salía de la más común regularidad.
Pero todo parecía estar preparado para el día en que pasó por delante de mi banco el “animal” al que de ahora en adelante denominaré como el Ave. Era simplemente un hombre que vestía pantalones vaqueros, una chaqueta raída por los años y una visera roja; pero más allá de su vestimenta, y por eso destacó este individuo ante mis ojos, poseía la forma de caminar más extraña que yo, experto en la materia, había podido observar en largos días de contemplación y análisis. Andaba extremadamente rápido, bueno, si se puede decir que andaba, pues la definición correcta sería que volaba, ya que en ningún momento se vislumbraba que las suelas de sus zapatos tocaran el suelo. Mi asombro era tal que sin pensar, me levanté justo cuando el Ave superaba mi asiento e, incluso dejando mi libreta azul en el banco empecé a seguirlo a dónde quiera que fuera.
Doblaba las esquinas de las calles como si no existieran, como si el solamente avanzara recto sin tener que pararse en nimiedades. Algo que también me había llamado la atención cuando aún estaba sentado y el pasaba eran sus ojos: estaban desenfocados, sin rumbo, como si estuviera pensando en otra cosa. Me preguntaba si seguirían así.
Cuando el Ave se introdujo en el sendero, mis fuerzas empezaron a flaquear; llevaba muchísimo tiempo persiguiéndolo y la caminata tenía pinta de alargarse un buen rato más. Caminé unos metros más hasta que algo falló en mi interior; las piernas se doblaron y caí desplomado sin consciencia en la tierra. Tuve la fugaz visión de un tronco de un árbol marcado con una serie de letras que no conseguía leer y desperté. Me levante sacudiendo el polvo de mi ropa y vi al Ave parado un poco más adelante. Se había quitado la gorra dejando a la vista su total calvicie y tenía los brazos abiertos, como esperando el envite de algo que bien seguro lo derribaría. El pánico se apoderó inexplicablemente de mí y eché a correr hacia él. Cuando casi lo había alcanzado, este se revolvió y metió su mano derecha en un bolsillo de su chaqueta, me paré y observé lo que sacaba: una pequeña libreta azul. Me acerqué mirando fijamente a sus ojos verdes y, extendiendo la mano, cogí el cuaderno, lo abrí y vi que estaba lleno de frágiles letras y borrosos dibujos de piernas y pies. Levanté la cabeza y, sin decir nada, me giré, tiré un poco más adelante la libreta y regresé a mi puesto de trabajo pensando el la visión que había tenido del árbol marcado.