jueves, 8 de octubre de 2009

Five ways to the white dead

- Se supone que aquí fue donde corrió el último, ¿no?
El sol despuntaba en el horizonte mientras los dos caminantes dialogaban. La ruta de cada uno, en principio totalmente opuesta, se había cruzado casi cuando ambos habían alcanzado su destino.
- Así es, la última carrera, el esprint final, fue realizado justo aquí, sobre el suelo que ahora pisamos.
Cuatro caminos de entrada a la encrucijada, sólo uno de salida: la Alfombra Roja. El sendero se llamaba así pero en él no se vislumbraba ni un sólo misero trozo de tejido, el nombre tenía otro sentido.
- En la salida creí oír que nuestro viaje sería solitario hasta la meta, nunca pensé que te encontraría aquí.
- Todo se ha malversado, lo que giraba en un sentido ha cambiado hacia el otro.
Cuatro caminos que desaparecen, uno que se ilumina; dos seres engañados, un titiritero caprichoso. En el centro del cruce de senderos se decide el todo y la nada.
- ¿No sientes la punta de la espada que nos pincha? Yo incluso la veo claramente; hasta mi olfacto capta su olor ferroso.
- Si, entiendo sus palabras, dice que estamos condenados.
- No, estamos atados por una cuerda muy resistente.
Una cuerda demasiado fuerte pero con un nudo. Deshacerlo es una opción, ignorarlo la otra, pero si se deshace, la alfombra perderá su color, el camino su sentido y los caminantes su rumbo. Elegir los colores del cuadro sin pintar no puede ser fácil. La dificultad es el lienzo; que las palabras sean los colores.

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