domingo, 4 de abril de 2010

No intentes saltar por la puerta

Hace días que sólo sueño con duendes de todos los colores. A veces uno azul me enseña el brillo de la hoja de un cuchillo; otras, uno verde me da un abrazo de despedida y hasta algunas, uno rojo me rompe un cuadro en la espalda.
Estoy preocupado con mis sueños de duendecillos por una razón en particular; antes, mientras estaba plácidamente dormido, mi imaginación volaba siempre a un mismo sitio: una habitación pequeña y sin puertas. Dentro de la estancia había un vaso que cada vez que yo soñaba se iba llenando poco a poco. Me acostaba por las noches con el único interés de saber que pasaría cuando el nivel del líquido rebasara el tope máximo, la cota más alta. Todos los días era lo mismo de siempre hasta el momento en que hicieron acto de presencia los gnomos.
¿Es posible que mi cabeza esté sufriendo una invasión por parte de hombrecillos de colorines? ¿Quizás el líquido ya no cabía en el vaso y al caer al suelo nacieron los duendes? ¿O tal vez una pared de la habitación se cayó con el paso del tiempo y ellos estaban esperando fuera? No estoy seguro de la respuesta...
Las noches de los lunes y martes las suele ocupar el de color carmesí. Cada día llevan un cuadro diferente, obras de arte que yo estoy completamente seguro de no haber visto en mi vida. La escena siempre es igual: yo voy caminando por un suelo completamente verde y entonces noto que algo me golpea en la espalda, me giro y veo al gnomo mirándome con los trozos del cuadro roto en la mano; después, todo se vuelve blanco.
Los miércoles siempre aparece el hombrecillo verde, con su cara sonriente. Me encuentro ante una puerta gigante custodiada por tres trozos de piedra colocados verticalmente. Empiezo a leer las inscripciones de su superficie y me doy cuenta de que no entiendo nada. En ese momento, me giro y casi choco con el duende, este empieza a reírse con una cara de absoluta felicidad y me abraza como si fuera la última vez que me fuera a ver; después, todo se vuelve gris.
Los demás días de la semana me asalta la presencia del pequeño ser de color azul. El paisaje que hay a mi alrededor es completamente rojo y liso, sin ningún tipo de doblez. El gnomo simplemente aparece de la nada portando un cuchillo, da siete pasos y pone la hoja extremadamente cerca de mi ojo derecho. El brillo de la parte afilada parece cegarme en un principio, pero, cuando pasan unos instantes, me acostumbro a la luz y la empiezo a mirar de una forma diferente, como si comprendiera por fin su significado, pero sin entender nada en realidad; después, todo se vuelve negro.
Estos sueños empezaron siendo para mí una novedad, un salto de la rutina, pero ahora, justo en este momento, necesito ver otra vez el vaso y el líquido que contiene. Es de vital importancia para mi volver a sentir la sensación de estar en aquella habitación. Cerrada, pequeña y con un vaso.

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