lunes, 20 de abril de 2009

Himno de un rebelde

Aquella hoja cayó, y no sería la única. Mis piernas se movían a una velocidad vertiginosa. Corría porque mi propio cuerpo de atleta, castigado por el sufrimiento y los elementos, me lo exigía, me pedía una libertad que solamente podía alcanzar mediante la contracción y distensión de los anchos músculos de mis piernas, desarrollados durante un proceso lento, agotador y tremendamente marcado por el esfuerzo.
La lluvia caía a mí alrededor, pero yo continuaba mi camino de manera incansable, con unos pulmones llenos de aire puro e inagotable. Al mismo tiempo, observaba el paisaje desolador, los pájaros luchar y los caminantes seguir con su ruta ya trazada de antemano. Frente al mundo de caos, presiones, prisiones y tiempo efímero; una persona se debatía entre sus ataduras para alcanzar la más absoluta libertad, imitando a las poco gráciles, pero no menos valientes, aves que presentaban batalla a su gran madre y enemiga, la madre naturaleza que tanto les daba y les quitaba.
Frente a mi reflejo en un charco, yo, el gran revolucionario, me enfrentaba al mundo con una mirada decidida; ansiaba llegar al cielo oscuro que cargaba sobre mis espaldas y cambiar su infinito color.

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